Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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1553
Legislatura: 1893-1894 (Cortes de 1893 a 1895)
Sesión: 10 de julio de 1894
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Réplica
Número y páginas del Diario de Sesiones: 176, 5668-5671
Tema: Aprobación de la suspensión de las garantías constitucionales en la provincia de Barcelona

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene S. S.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): No puedo menos de dar al Sr. Sol y Ortega una cumplida satisfacción; y me parece a mí un deber tan ineludible el dársela, que no quiero esperar a que el Gobierno tome la parte que le corresponde en este debate, ya por mi conducto, ya por conducto de otro Ministro.

La satisfacción que he de dar a S. S., la explicación que he de dar a su queja, es muy sencilla. Su señoría, en efecto, se interesó grandemente por la vida de los desgraciados que fueron fusilados en Montjuich; recibí con este motivo un parte muy expresivo de S. S., como recibí otros varios de Barcelona; pero yo vi que la cosa era de todo punto imposible, y ¿qué había de hacer? ¿Qué noticia había yo de dar a S. S. y a los que en el mismo sentido que S. S. me telegrafiaron? ¡Ah! Si la noticia hubiera podido ser favorable, ¡con qué gusto me hubiera apresurado a responder a S. S.! Pero no podía ser sino adversa, y por tanto, ¿qué había yo de hacer? Ya podía comprender S. S. que mi silencio no era nada favorable para aquellos desgraciados. ¿Qué parte quería S. S. que le hubiera puesto en contestación al que S. S. me envió? Un parte que contuviese una noticia muy desagradable para mí que contestaba y para S. S. que la recibía. Pues en este caso hice lo que hago siempre en iguales circunstancias: cuando tengo que dar una noticia favorable a lo que se me pide, me apresuro a comunicarla; pero cuando he de dar una noticia adversa, y adversa hasta ese grado, entonces [5668] no tengo valor para contestar, porque no me parece bien dar tales contestaciones, y me parece mal que las reciban aquellos a quienes habría de dirigirlas.

Esta es la explicación que debía dar a S. S.; y no ha debido S. S. interpretar de otra manera mi conducta, porque sabe S. S. que, además de su telegrama, recibí otros de personas constituidas en altas dignidades (ya que S. S. piensa que por creerle yo humilde y modesto no le contesté), y respecto de las peticiones de esas personas hice lo propio que con la de su señoría.

Para mí, S. S. no es una persona humilde ni modesta; es, sí, S. S. modesto en su trato, como corresponde a sus grandes méritos; pero no es modesto por su posición y por sus circunstancias. No era, pues, ni podía ser era la razón por la cual no contesté a S. S.; la razón que tuve fue la misma que me obligó a no contestar al Obispo de Barcelona, el cual me envió un telegrama tan expresivo como el de S. S., y mi contestación fue igual que para S. S.: ninguna; lo cual significaba: en este caso no se puede acceder a lo que en esos telegramas se pide.

Repito que con todos los partes que se me enviaron hice lo mismo, porque esta es la costumbre que tengo en todas ocasiones, y compañeros tiene S. S. que lo saben; Cuando he podido darles una noticia agradable, me he apresurado a dársela; cuando hubiera tenido que ser desagradable la noticia, he preferido que la conozcan por mi silencio, porque a mí me cuesta mucho trabajo dar tales noticias, y me parece que no puede ser agradable el recibirlas para aquellos a quienes he de dirigirlas.

Yo me alegraría de que satisficiesen por completo estas explicaciones al Sr. Sol y Ortega; y de todos modos, quiero que S. S. no considere nunca que yo tengo poca estimación para su persona, porque su persona es para mí muy estimable, por su posición, por sus circunstancias, por su valor, por todos los merecimientos que tiene adquiridos, siquiera sea en otras esferas y en campo distinto de aquel en que yo milito, y no es posible que yo cause jamás ningún agravio a. S. S.

Y ahora añadiré que si S. S. fuera para mí tan humilde como supone S. S. que yo le creo, eso mismo me hubiera obligado más a contestar a S. S., porque me gusta a mí más contestar, y contestar bien a los humildes, que a los poderosos; que los poderosos ya tienen bastante con su poder, y a los humildes es a los que yo quiero atender con más cuidado. (Muy bien.)

El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Sol y Ortega tiene la palabra para rectificar.

El Sr. SOL Y ORTEGA: Para decir dos cosas: la primera, que la contestación que me acaba de dar el Sr. Presidente del Consejo de Ministros hace honor a su ingenio, aunque de todas suertes se la agradezco; y después he de llamar la atención del señor Presidente del Consejo de Ministros sobre el hecho de no haberme dicho ni una sola palabra por la cual pueda yo deducir el pensamiento del Gobierno respecto a la próxima terminación de la suspensión de las garantías constitucionales en Barcelona.

Yo agradecería al Sr. Presidente del Consejo, y se lo ruego, que hiciera una manifestación de la cual pueda yo deducir si el Gobierno está o no dispuesto a dar por terminada la suspensión de las garantías constitucionales en la ciudad de Barcelona.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene V. S.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Ya he dicho a S. S. que no me iba a ocupar del asunto principal, porque al pedir la palabra no tenía más objeto que dar a S. S. una explicación y una satisfacción, respondiendo a su queja, que me ha hecho efecto; porque si yo hubiera sabido que S. S. iba a llevar a mal mi falta de contestación al telegrama, después de pasados los sucesos, le habría escrito una carta dándole toda clase de satisfacciones, y diciéndole los motivos que había tenido para no contestarle.

Pero comprendí que S. S. entendía que mi silencio era natural y lógico, y que significaba una mala noticia que yo no quería comunicarle. Si yo quisiera mal a S. S., quizás para darle un disgusto lo hubiera hecho; no lo hice, porque si para mí es un disgusto el comunicar una mala noticia, comprendo que lo es igualmente para aquel que la recibe.

Como no me había levantado más que para esto, no creí que debía entrar en el otro asunto; pero si S. S. quiere que le conteste algo, le contestaré; y si esto abrevia la discusión, tanto mejor.

La suspensión de las garantías constitucionales se decretó, como sabe S. S., a petición realmente de toda Barcelona. (El Sr. Sol y Ortega: De toda Barcelona, no.) No había nadie que no lo pidiera; y algunos que no lo pedían, no se atrevieron a decir que no se hiciera. Y todavía tengo que añadir, que a toda Barcelona y a su provincia, les pareció poco lo que el Gobierno hacía en este sentido, combatiéndole por ello. (El Sr. Azcárate: ¿Qué más podía hacer?) Pudo haberse hecho más, ¡ya lo creo! (El Sr. Azcárate: ¿Qué?) En primer lugar, suspender las garantías en los términos y forma en que se han suspendido, y después podía haberse declarado la ciudad en estado de sitio. (El Sr. Salmerón: ¿Más allá de la Constitución?) Más, no; dentro de la Constitución; y si S. S. estuviera en Barcelona, vería de qué manera se lleva a cabo la suspensión de las garantías. Pero de Barcelona son y de allí han venido algunos de sus dignos compañeros, y podrán decir a S. S. si la suspensión de garantías pesa algo en la marcha regular y normal de la política y de la libertad en aquella provincia. (El Sr. Salmerón: Ya lo han dicho las elecciones últimas.) Ni la prensa, ni las reuniones, ni las asociaciones, ni la vida de aquella provincia, absolutamente nada siente la influencia de la suspensión de las garantías; no se hace sentir más que para facilitar la acción de la justicia, cosa de todo punto necesaria; no se hace sentir más que para dar confianza a aquella región, que estaba verdaderamente alarmada, alarma que, a pesar de lo que dice al señor Sol y Ortega, no ha desaparecido por completo.

Por consiguiente, ¿cuándo se va a levantar la suspensión de las garantías constitucionales? Pues en el momento en que aquella población no lo necesite; en el instante en que la acción de la justicia crea que es innecesario que continúen en suspenso; en el momento en que las autoridades, asociándose a las personas importantes de Barcelona y a los jefes de los partidos, digan que no hay inconveniente en que la suspensión desaparezca. (El Sr. Salmerón: Pero ¿bastará que lo pida la mayoría de los representantes de la provincia? Por algo nos habremos [5669] de regir.) Creo que bastará que lo digan en Barcelona, entendiéndose con las autoridades, que son las que han de responder al Gobierno de la tranquilidad de aquella región. (El Sr. Salmerón: Las autoridades dependen del Gobierno.) Ya lo sé; pero el Gobierno ha de oírlas, porque para algo las tiene; y ha de suponer el Gobierno que han de estar mejor enteradas esas autoridades que allí residen, de lo que en aquella región se necesita, que el Gobierno, que tiene aquí su residencia y que no presencia los sucesos que allí pueden tener lugar. De modo que el Gobierno no pone interés ninguno en que continúe la suspensión de las garantías constitucionales en Barcelona. ¿Qué interés ha de tener en ello el Gobierno?

Esa suspensión durara mientras se crea que es indispensable para la buena administración de la justicia, para que la justicia cumpla con su misión, a fin de dar a aquella región de España la tranquilidad y la confianza que necesita, que, créame el señor Salmerón, y eso lo sabe bien el Sr. Sol y Ortega, aquella confianza y aquella tranquilidad habían desaparecido completamente de la segunda capital de la Monarquía española. (El Sr. Sol y Ortega: Pido la palabra.) Era un deber del Gobierno el restablecerla, y para restablecerla tenía también el deber de hacer todo lo que fuera posible dentro de las leyes, y eso es lo que ha hecho. Repito que yo no he visto que se hayan hecho protestas contra la situación en que se encuentra hoy Barcelona, más que aquí en el Congreso. Y es natural: aquí en el Congreso influye mucho la política ; hay siempre el temor y la suspicacia de que ciertas medidas puedan ser aplicadas a los políticos, en vez de ser aplicadas a aquellos contra quienes verdaderamente se emplean; y con ese recelo, aquí en el Parlamento es fácil hacer protestas. Pero en aquella región, yo he leído con detenimiento toda la prensa de allí, y he visto que apenas se acuerdan de que están suspendidas las garantías constitucionales.

Si pesara mucho esa medida, si fuera inconveniente, si coartara su libertad, si fuera perjudicial para el libre ejercicio de los derechos de los ciudadanos, yo tengo la seguridad de que entonces todos los días tendríamos protestas contra ella. (El señor Azcárate: Y los 200 detenidos sin razón ni motivo, ¿no son ciudadanos?) No sabemos si existirá alguna razón para ello. (El Sr. Salmerón: ¡No lo hemos de saber, si están terminadas las causas!-El Sr. Azcárate: Están libres de causa, y, sin embargo, continúan detenidos.-El Sr. Salmerón: Detenidos por virtud de la suspensión de las garantías.) Pero algo resultará contra ellos cuando los tienen detenidos; porque ya supondrán los Sres. Azcárate y Salmerón que lo que es el Gobierno no ha de dar la orden de que tengan detenido a nadie. (El Sr. Salmerón: Pero es la consecuencia de la suspensión de las garantías constitucionales.) Cuando los tienen detenidos las autoridades, alguna razón habrá para ello. (El señor Salmerón: En cuanto se levante la suspensión de las garantías constitucionales serán puestos en libertad, porque los tribunales no han encontrado que hayan incurrido en responsabilidad.) Pero, Sr. Salmerón, alguna razón habrá para ello, aún cuando yo no la conozco; si no la hubiera, ¿por qué los habían de tener detenidos?

De todos modos, aún cuando existan esos detenidos, yo aseguro a SS. SS. que allí, en Barcelona, son muy pocas las protestas que se formulan contra esa suspensión.

Aquí se protesta más contra dicha medida, porque, claro está, parece que somos muy vigilantes del cumplimiento estricto de las leyes, y que ante todo deseamos que las leyes siempre se respeten ; hay algo en esto de aquello de piérdanse las colonias, pero sálvense los principios. Todo eso esta muy bien aquí; pero allí donde se sienten las necesidades, donde todavía ha habido y hay peligros, donde se han cometido los atentados que no hay para qué referir, allí, repito, no parece tan mal esa medida; y créanme los Sres. Salmerón y Azcárate, allí no se protesta contra ella con la energía y el vigor que protestan SS. SS., que no viven en Barcelona, aún cuando si residan en ella algunos de sus dignos correligionarios.

Se ha hablado también de ilegalidad, de falta de respeto a la Constitución del Estado y de apelar a medios a que los Gobiernos no apelan en ninguna parte, y yo tengo que manifestar a los Sres. Salmerón y Sol y Ortega que en todas partes se apela a esos medios, porque si no, no se gobernaría. (El Sr. Sol y Ortega: ¡Vaya si se gobernaría!) Sus señorías, tan enamorados de cierta forma de gobierno, tienen un ejemplo de esto en todas las Repúblicas, lo mismo en Republicas vecinas que en Republicas lejanas; porque desde el momento en que allí hay un peligro para la sociedad, se suele poner a la Constitución un velo bastante más tupido que el que nosotros aquí podemos poner y ponemos.

Después de todo, ¿qué se ha hecho en la vecina Republica?

El Sr. SALMERÓN: No suspender las garantías constitucionales.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Desde el momento en que se realizó el atentado contra Mr. Carnot, se declaró el estado de sitio. (Denegaciones en los bancos de la minoría republicana.)

El Sr. AZCÁRATE: Cuando los excesos de las turbas.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta) : ¡Si no hubo tiempo entre el atentado contra Mr. Carnot y los excesos de las turbas para tomar la medida, puesto que en el acto en que se realizó el atentado contra Mr. Carnot comenzaron los excesos de las turbas!

Pero me es de todo punto igual; haya sido por los excesos de las turbas, llámense o no se llamen anarquistas, o haya sido por el atentado de un anarquista contra Mr. Carnot, lo cierto es que se estableció en Lyón el estado de sitio, y todavía continua, y es mucho más grave el estado de sitio establecido en Lyón por el Gobierno de la República francesa cuando hay ese peligro, que la suspensión de garantías constitucionales autorizada por la Constitución, que nosotros hemos establecido en Barcelona atendiendo a los repetidos sucesos que allí han tenido lugar; porque no se trata sólo del atentado del Liceo; se trata de la frecuencia de esos bárbaros hechos, de esos salvajes atentados, ya en la Gran Vía, ya en Villanueva y Geltrú, ya en el Liceo, ya en otro punto que ahora no recuerdo.

Ante la repetición de esos actos, se necesitaba que el Gobierno tratara con gran interés de tranquilizar a aquella población y de hacer desaparecer aquellos peligros.

El Gobierno hubiera faltado a uno de sus más [5670] esenciales deberes si no hubiera tomado las medidas que en su mano estaba tomar, y el Gobierno cree que en su mano estaba tomar la medida de la suspensión de las garantías constitucionales con todas las cortapisas que la Constitución establece.

No quería entrar ahora en este debate, porque me parecía pronto, pues deseaba oír a los demás oradores que han de tomar parte en él, para contestar a todos a la vez; pero el Sr. Sol y Ortega me ha pedido ciertas explicaciones sobre el punto concreto de cuándo terminará la suspensión de garantías constitucionales en Barcelona, y por eso he dicho las palabras que el Congreso ha oído.

Ruego a los Sres. Diputados que me dispensen por lo que les haya molestado.



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